En un abrir y cerrar de ojos, se nos va pasando el año. Parece que el 2012 tuviera una prisa por irse ya, como harto de nosotros y, pensándolo bien, tiene razón. Y es que El Salvador de hoy en día, aunque siempre he sido optimista, no invita a soñar. Solamente a tener pesadillas. Pero tengo la esperanza de que sea solo yo el que piensa así y se me pase pronto o me haga el maje con todos esto y me recubra de una burbuja en la que me pueda pelar todo lo que pasa alrededor, pero no creo poder mantenerme a raya de todo.
Tanto desmadre institucional, tanto cochino político, nuestra siempre odiada inseguridad, los problemas económicos también, y un muy largo etcétera, no me invitan a pensar de otra manera, al menos en estos días. No sé si es porque soy padre de familia y temo por el futuro que pueda depararles a mis hijos lo que me hace pensar a veces de esta manera. O porque en realidad el precipicio lo tenemos cerca ya.
Ojalá me equivoque y, así como va pasando el año, venga una buena nueva paraeste país, para todos, y para mí.
De momento, estamos a medio camino en este año, y espero, apelando a lo más optimista que puedo ser, que las cosas cambien. O, en el mejor de los casos, que yo no cambie.
Tanto desmadre institucional, tanto cochino político, nuestra siempre odiada inseguridad, los problemas económicos también, y un muy largo etcétera, no me invitan a pensar de otra manera, al menos en estos días. No sé si es porque soy padre de familia y temo por el futuro que pueda depararles a mis hijos lo que me hace pensar a veces de esta manera. O porque en realidad el precipicio lo tenemos cerca ya.
Ojalá me equivoque y, así como va pasando el año, venga una buena nueva paraeste país, para todos, y para mí.
De momento, estamos a medio camino en este año, y espero, apelando a lo más optimista que puedo ser, que las cosas cambien. O, en el mejor de los casos, que yo no cambie.
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