Águila vs FAS: Cómo sacarle brillo en 4 días a un Clásico Nacional



A mí la vida me regaló poquititos momentos felices, pero únicos y significativos, junto a mi papá. Sin duda alguna, uno de esos fue asistir por primera vez al estadio Cuscatlán en su compaña y la de mi hermano mayor (ambos ya son de grata recordación) a presenciar el Clásico Nacional del fútbol salvadoreño, en el ya lejano 1983.

¡Y qué partido! Era la final de ese torneo y yo no pude pedir más. Águila, bajo el mando de Barraza, se alzó con la copa y dejó a los fasistas con la cola entre las patas. Los aguiluchos gritando por todo lo alto que seguían estando en la cúspide del fútbol nacional. Mientras salíamos del coloso de la Montserrat, mi papá y mi hermano, pobre ellos nunca se imaginaron que ayudaron a crear a un monstruo anaranjado dentro de mí, ese que domingo a domingo explota y apoya a su equipo, salieron decepcionados y cabizbajos, pero yo, por el contrario, salí exultante, orgulloso y como un nuevo aficionado naranja. Pues, como excepción a la regla, yo no me fui con el equipo perdedor, como suele pasar, por aquello de irle al débil, al que perdió, etc. Yo ya era un migueleño más, ya era parte del 50+1.

Desde ese domingo, 36 años atrás, gracias a mi papá, yo descubrí la pasión que se vive en ese juego. En ese clásico que, hoy en día, les da tanta picazón a muchos y que, aunque pasen los años, las modas, y demás, no tienen espacio en él ningún otro equipo. Por eso, el sábado que Santos Ortiz nos regaló un gol de antología en un partido que debía ser para eso, para lucirse y regalarnos jugadas para recordar y goles que nos dejen afónicos de gritarlos, y que el miércoles Dustin Corea le haya dado a los santanecos otro golazo para guardarlo en el baúl de los recuerdos, yo no podía más que agradecer al dios del fútbol por una serie de cuartos de final con goles y golazos, polémicas, errores y un bonito marco de aficionados para disfrutarlo, por un juego que volvía a mostrar sus brillos de antaño. Ese que lo hizo llegar a ser el juego que es: clásico.

En cuatro días, Águila y Fas pusieron en remojo al clásico que, de no ser por un par de chispazos, había dejado tanto qué desear ya por muchos años. En cuatro días, en esta serie, se volvió a dibujar una sonrisa en sus aficiones y dejó con un buen sabor de boca en los que saben de fútbol, y que desean ver un juego que remarque el por qué es el más importante del fútbol nacional, y que también dejó más picazón en aquellos que no forman parte de esta fiesta y que, a manera de querer restarle méritos, se escudan en que “estos clásicos son aburridos“, en que “ese clásico no hay goles”, en que “ni sus aficiones llegan a verlo”, y muchos etcéteras más. Sepan que, aunque se juegue a solas, o en la “Chapupo” Rodríguez, o que queden cien veces seguidas 0-0, lo de Clásico Nacional no se lo quita nadie. Ni las campañas mediáticas, cada vez más ridículas, de periodistas blancos.

Es que miren, 15 y 17 coronas no se ganan así porque sí. Y aficiones con historia, con decenas de años detrás de estos equipos por todo el país, tampoco. Y es que no basta con ganar amistosos ante equipos que andan paseando en el país, y poner eso como su mejor logro. Este clásico se ha cocinado desde 1959 y, aunque se pasen por sequías y las vacas flacas sean lo más en el fútbol de estos dos cuadros, ya lo bailado no se lo quita nadie. Títulos, jugadores, partidos y, sobre todo, afición, hacen de este partido hoy, mañana y siempre, el clásico del fútbol salvadoreño.

Y aunque los equipos de moda ganen títulos, e incluso lleguen a superarlos en estos a los involucrados, ya en el mote no se lo quita nadie. Es así. Es como a mí, que ya nadie me quita el gusto por, cada vez que se viene un nuevo clásico, traer a mi memoria aquel recuerdo de esa tarde de domingo en que de la mano de mi tata entré a ese estadio atiborrado de gente, en el que los colores rojo, azul, naranja y negro, vestían a ese todavía joven Cuscatlán. Ese domingo fue en el que yo adopté los colores del Águila, el naranja y negro, muy a pesar de mi viejo, en el que hice mío un juego, un clásico, para toda la vida.

P.D. Si por aquellas cosas de la vida, todavía vive aquel aficionado de Fas que estaba delante de mí en las graderías, déjeme decirle que me disculpe por haber orinado sobre él. No era por su camisa roja y azul. Fue porque a mi edad no me aguanté. Gracias por haberme disculpado y por felicitar a mi papá por haber llevado al niño al estadio a ver esa final. La del Clásico Nacional.

(Publicado en VoxBox Magazine)

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